martes, 9 de agosto de 2011

el semen del moribundo


A todos aquellos que un día cambiaron la emisora con carácter retroactivo; que olvidaron que Cadáver fue Semen; y que, en una transacción de madurez adúltera, ofrecieron por vírgenes desnudas sus mejores sueños ante el altar de la vida equilátera; con sus llagas que supuran reales decretos y sus listas de parados donde el mono azul es perro verde. Con su metástasis acortando de forma fraudulenta la hipotética línea de meta.

A aquellos que rezan poniendo la esperanza conservada o esperando conservar lo puesto; y en esta tormenta donde todas las farolas se miran los pies como quien estrena zapatos, se secan solos como se seca la camisa del soltero o el clítoris de la beata. A todos ellos, mi más sentido pésame, mi cuento y mi soberbio levántate y anda; que busca un hueco entre las escamas de la noticia y el comunicado; que él mismo lucha por sobrevivirme o, si se quiere, por divorciárseme de manera póstuma después de haber olido lo que queda de mí tras el sepelio de tantas cosas que quise ser. Yo, que no debiera, pretendo ser aviso con las largas a los ajenos espejos del alma; pidiendo, nervioso y tartamudo, menos menosprecio para paradojas como ésta...

El semen del moribundo
Había una vez un viejo caminando por una acera. Andaba pensando en el transcurso del tiempo; y veía su vida pasar como quien está apunto de arrojarse por un precipicio y ve su vida pasar como un viejo que camina por una acera.

Cuando llevaba un buen rato caminando, el viejo se encontró con un niño. —Traidor—, le dijo sin más el pequeño. Y salió corriendo hacia delante como un rayo. Entonces el viejo fue tras él. Corrió cuanto pudo a pesar de ser tan viejo; y aunque le costó mucho, por fin pudo alcanzarlo justo antes de que empezara la carretera por donde cruzaban cientos de coches a mil por hora.

—¡Niño, detente! ¡Ten cuidado! ¿Por qué has dicho eso tan feo de mí?— El niño lo miraba con rabia y apartó los ojos, dolido —. ¿Acaso no ves que soy un hombre mayor? ¿No tienes respeto?

—¿Mayor? —dijo el niño —¿eso es lo que quieres ser? Yo pensaba que tú eras un explorador de la frontera entre la litera de arriba y la de abajo; y un caballero que brinda las victorias con Fanta, o el mejor deportista del pasillo. Yo pensaba que querías ser un pirata…

—Yo pensaba, yo pensaba…¡tú qué sabes! Yo siempre he tenido muchos compromisos. He tenido que cumplir con mis obligaciones, con mi gente. ¿Sabes lo que es eso? Traidor…jamás he traicionado a nadie. Tú llevas muy poco tiempo en este mundo, y aún tienes los huesos de la conciencia muy elásticos; por eso aún eres todo sueños. Pero yo ya soy viejo, y no puedo tirar mi ropa, ni vender mis anillos, ¿sabes? Yo no puedo volver a dibujarme.

—Sí sé. Sé que eres un mentiroso. Y lo sé porque es verdad que tengo la conciencia elástica y soy todo sueños. Pero en el mundo llevo más tiempo que tú; aunque tú seas el viejo.

—¿Por qué dices eso? ¡Eso son tonterías! ¿Cómo vas a llevar más tiempo en el mundo que…

Entonces el viejo se quedó sin saber qué decir; igual que un traidor que se apuñala a sí mismo y se queda sin saber qué decir al sentirse viejo.

—Fíjate —dijo el niño—. Has ido tras de mi, y ahora los dos nos hemos quedado sin acera y sin aliento. No, no son tonterías; yo llevo en el mundo más tiempo que tú. Porque antes de ser viejo se es niño.