Es
como si alguien creyera que dos actores, tras darse calor en el lomo y tras el corten del jefe, siguieran odiándose a
muerte; o que los de Pimpinela se siguen escupiendo cuando termina la Comunión
o el bautizo de turno; o que los de Sálvame
no se toman juntos la cervecita después de haberse nombrado a las sendas
madres.
Parece
bastante ilógico pensar que aún exista algún alma inocente que sea capaz de
digerir ese tipo de teatrillo, ¿verdad? Pues los hay. Y muchos. Y podemos
englobarlos a todos bajo la denominación de afiliados
a partidos políticos.
Poseedores ellos de tal fidelidad y compromiso, que
son capaces de desheredar a su nasciturus
si éste sale en la eco con una
postura políticamente incorrecta y dando señas de que militará en las
juventudes contrarias; ya se sabe, cría cuervos y toda la pesca. Y ¿por qué?
Pues porque creen que entre una formación política y otra hay auténticas
discrepancias, diferencias, divergencias, disconformidades, discordancias,
disonancias, etcétera.
Pues
un carajo. Milites donde milites, militas en el mismo sitio. Curioso verbo, por
cierto. Militar. Que a diferencia de
los políticos, es lo que parece. Militar viene de servir en la guerra; y servir
―donde sea― supone estar al servicio de, lo mires por donde lo
mires. Y no hay definición más ajustada para lo que está pasando en España con
los partidos políticos y sus afiliados. Que aquéllos, en vez de servir, viven para ser servidos.
Supongo
que podría realizar el enésimo intento de demostrar qué clase de indeseables ―salvo
honrosas y escasas excepciones― tenemos en las instituciones, poniendo aquí el también enésimo enlace donde un político dice justo lo contrario de lo que luego hace. «Cuéntame
algo que no sepa», diría el lector justo antes de pulsar el aspa de arriba a la
derecha; y con razón.
En
vez de eso, voy a poner algo que me resulta más curioso. Mentir ya sabemos que
mienten; pero, ¿quizá sea fruto del desgaste del poder?, ¿tal vez lleguen a la
silla con buenas intenciones y luego el mundo los hace así?, ¿será el agua de
la Moncloa? Es posible que un bebé presidente llegue con las mejores
intenciones del mundo ―la paz mundial, salvar al oso pardo e incluso rescatar
el discman―, pero he aquí un ejemplo de que esas bondades no son incompatibles
con el buen mangar, tan característico éste último de quienes se crían y maman
del bello arte de hacerse parásito institucional.
Real Decreto 449/2005 que desarrolla la
LO 3/2004 de 28 de diciembre. ¿Se acuerdan del año 2004? Era el que vino justo
después del año del no a la guerra y de las promesas de que las tropas
volverán en cuanto yo llegue al poder; cuando las crisis lo era sólo de
conciencia. Pues el joven cejilargo cumplió, las cosas como son; se
trajo a las tropas del desierto a las primeras de cambio, metiéndosela doblada a su predecesor,
malo más que malo.
Fue lo primero que hizo. Pero…¿qué fue lo
segundo? Pues lo segundo fue fraguar la mencionada Ley orgánica que modifica el
Consejo de Estado, que es el órgano
consultivo que decide si tal o cual soplapollez política es realizable o no. Posteriormente,
esta Ley orgánica está desarrollada por reglamento gubernamental. Dicho reglamento
―RD 449/2005― establece, entre otras cosas pero básicamente, lo siguiente:
« Artículo 35.-
2. Quienes hayan desempeñado el cargo de Presidente del Gobierno
adquirirán la condición de Consejeros natos de Estado con carácter vitalicio […]
3. El estatuto personal y económico
de los Consejeros natos con carácter vitalicio será el de los Consejeros
permanentes, sin perjuicio del que
les corresponda como ex Presidentes del Gobierno ».
Trascendental para la humanidad, ¿a que
sí? No creo que hagan falta traducciones. El buen señor, nada más llegar al Gobierno, se pone un sueldo vitalicio ―para él y para sus homólogos venidos y
por venir― que se suma al que ya tienen los expresidentes por haber sido lo que
fueron. No es que perdamos un hijo, es que ganamos un yerno.
Es una de las ventajas que tiene el
poseer la potestad de dictar normas buscando el interés general. “Estos sociatas”,
dirá algún lector ávido de meter caña. Y antes de que se vaya al bar a echar
cosas en cara, que piense que el presidente nuevo puede perfectamente dejar sin
efecto ese Real Decreto, precisamente, sacando un clavo con otro. Pero me temo
que, antes que eso, es capaz de volver a traerse a las tropas de Irak. Las
veces que haga falta.
¿Qué esperaban? Una cosa es que nos
lleven de la mano y hasta, a veces, se dejen ver con nosotros; y otra muy
distinta es que lo hagan gratis. ¡Vamos, hombre! ¿O acaso el trauma de
soportarnos no es vitalicio?
Ellos
son lo que son, sin más. Y nosotros,
como ciudadanos, somos algo más. También somos lo que somos; pero, además, somos lo que
dejamos que ocurra.
Así
que cuando le llamen para invitarle a que asista usted al miting o para pedirle su cuenta de correo o para decirle que sube
la cuota, acuérdese del Real Decreto donde se establece la tabla con las
cantidades exactas de mierda que debe tragarse mientras espera de pie a que le
llegue el día.
De
pie no sólo muere el rebelde, oiga; también lo hace el que no puede sentarse de
tanto que le han dado por justo a las seis en punto. Cambio y corto.