Eso si no se nos mueren antes de
hambre y nos quedamos sin artistas, claro; ahora que tan fuerte les ha dado la
vena humanitaria y se han puesto todos a luchar contra la falta de
consideración del Estado opresor. Todo ello aliñado con el apoyo y los
dictámenes de organizaciones internacionales dotadas de grandes expertos en el
arte de la resolución de conflictos acabados e ideólogos del humanismo basado
en el dolor unilateral y en la justicia oftalmóloga.
Resulta que se está muriendo el
casero de Ortega Lara y no lo quieren soltar a que pase los dos o tres informes
semanales que le quedan con sus allegados. Debe de ser un hombre de paz muy
querido, porque se han puesto en huelga de hambre más de la mitad de los
hombres de paz de este país ―me
refiero a España, que no se confunda mi amigo el de Qatar―; por lo que se nos
está llenando el patio de un aroma entrañable y libertador que podríamos
denominar Varón Gandhi, que invade nuestros corazones hasta el punto de casi querer
irnos con el pobre enfermo a ver al osito y a la Osa Mayor.
Todo ello muy bonito, muy moderno
y muy humanitario si no fuera por el hecho tangencial de que ese pobre
moribundo y el miserable que mantuvo a una persona enterrada viva durante un
año y medio, son la misma persona. The
same mamonazo, para los que están de Erasmus.
Y la verdad es que yo no sé ―con
lo que pesa el mármol―
cómo no se le cae la cara de vergüenza a más de un mamarracho de ésos que se
han puesto a dieta en defensa de lo que tanto se saltaron mientras pudieron.
Mientras la policía no los detuvo.
Dicho esto, espero que este
Gobierno de soplapollas no esté excepcionando a este pollo; y si le corresponde
salir, que salga. Que salga ya. No por él, sino por nosotros. Porque no somos
como él. Aunque ello suponga no hacer justicia a las familias de los que no
debieron haber muerto y sí a las de los que no debieron haber nacido.
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