Esta mañana he cometido el pecado
de releer un artículo de ayer donde una corresponsal en Berlín habla de las
diferencias ―originalidad
para qué te quiero―
entre alemanes y españoles. Dicho artículo viene a titularse hoy "Jóvenes alemanes, aunque sobradamente preparados para ganar dinero y ahorrar”; digo hoy porque AYER tenía un título más corto en todos los sentidos: “Nunca seremos como ellos”; donde se
resaltan las bonanzas de los susodichos y se enfangan por inducción otros
comportamientos más autóctonos. Un título cuya ruindad sólo es superada por la
cobardía de cambiarlo al día siguiente.
Siempre he pensado que las
críticas a bulto hacia los jóvenes eran una especie de depresión
pluscuamperfecta que indicaba una lozanía precozmente finiquitada, ya fuera
voluntaria o forzada; heredera de los acomplejamientos góticos que se amarran a
ciertos mástiles. Sin embargo, hasta la falta de evolución evoluciona; al
parecer, ahora está irrumpiendo en el periodismo de primera línea de playa una nueva manera de
tocar los péndulos al mocerío, consistente en resaltar lo mal que bienviven los
jóvenes españoles en comparación con lo bien que malviven sus homólogos en sus
respectivos países; en este caso ―cómo
no― los alemanes.
Ahora que tanto se lleva el parangonismo googleobajero,
qué mejor que tirar de buscador para hacer un estudio serio del joven español puesto en paralelo con
su némesis teutón. O sea, vamos a escribir mierdas para relleno donde la
juventud y el español queden como el culo.
En ese maravilloso artículo, la
insigne corresponsal en Berlín nos viene a contar que los alemanes de entre 14
y 25 años manejan dinero e incluso ahorran; reconociendo, eso sí, que la mitad
de sus ingresos van a cargo del Estado en forma de becas; becas ―y eso no lo dice― que tienen que ser
devueltas en su mitad al final de la loca adolescencia. A cómodos plazos, no se
asusten. Es decir, entre 400 y 600 euros mensuales mientras duran los estudios;
un paisaje que ni existe en España ni ha existido jamás, por lo que
difícilmente puede determinarse si llegaremos a ser o no como ellos. En España
ese dinero lo cobra mucha gente que está a jornada más que completa.
Prosigue la señora periodista dando
un salto temático a lo laboral que podría considerarse la quintaesencia de la
literatura moderna; y es que si lo que se quiere en realidad es rajar de los
españoles, ¿para qué quedarse sólo en los jóvenes?; y, oiga usted, que si el
muchacherío es irresponsable, sus mayores son una pandilla de vagos.
Un 35% de los currantes alemanes
trabaja un día o los dos del finde ―o
sea, que el 65% no―;
por sectores, el 60% de los sanitarios también lo hace ―o sea, que el 40% no―. Así, en definitiva,
la señora corresponsal en Berlín pretende convertir su cosa interna en cuestión
de Estado; cuando, en realidad, comparar a alemanes y españoles sin tener en
cuenta nivel de vida, salarios, horarios, ayudas estatales, etcétera, es de memos
de nacimiento por no decir otra cosa.
Es cierto, nunca seremos como los
alemanes; sobre todo a la hora de sacudirnos la caspa, que ellos lo hacen como
nadie y resurgen de sus cenizas con una habilidad y dignidad envidiables; no
como otros que ―ahora
sí en igualdad de condiciones―
todavía siguen acomplejados.
Lo único que se nos puede echar en
cara desde Berlín es que les mandamos allí a los periodistas chungos.
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