Hay quien piensa que si se le pudiera coser el clítoris al flequillo, tal vez sería una persona algo más sensible. No lo sé porque yo no entiendo de modas, pero sí sé que se le notan ciertas aspiraciones a dama de cobre, pero en plan borrico, a lo deep spain; por ello y por más, la señora presidenta de la Comunidad de Madrid cabalga entre la caricatura del payaso y el retrato realista de la novia de Mortadelo. Cada vez que sale en la tele sonriendo se mean los perros en sus casas, y desde hace poco también los arquitectos. Es, por decirlo de una forma fina, de esas personas a las que sus allegados entierran boca abajo por si tuviera catalepsia, para que se entierre más si le da por escarbar.
Éste es el personaje. La reina del micro cerrado. Pequeña de ojos pero grande de España. Elegida por el lejano pueblo. Representante ―que no mandataria― de una forma de percibir que, pensaba yo, había quedado en el mal recuerdo.
Todas estas seriedades no deben ser óbice para su faceta más actual y moderna: la de gogó empalmamomias que le baila el agua y el whisky al binguero yanqui que va a traer prosperidad y vicio. Conste que me parece estupendo lo del casinazo que ―pese a los suspiros de alivio de la Catalonia is not Spain que, a pesar de tenerlos prohibidos, son fanáticos del toro pasado― va a traer un trabajo que tantísima falta hace; por lo que me alegro mucho por los madrileños. Lo que no me gusta tanto es que se esté tan dispuesto a cambiar la ley, si hace falta, para adaptarla a los cojones del tal Sheldon, como si la ley fuera un plan de pensiones. Verá usted, señora de cobre, existe en todo país que no sea un establo censitario una cosa que se llama inderogabilidad singular; es decir, que no se puede inaplicar una norma jurídica para casos o personas concretas, porque se vulnera el ya vulnerado principio de igualdad ante la ley.
Una cosa es aceptar como ruido a una bocazas reincidente, soportar a una chula de geriátrico que va marcando los árboles con ácido úrico para acotar dominios, llenarle medio programa a Wyoming y tenernos anestesiados de risa de puro ridículo, chusco y cateto comportamiento; y otra muy distinta es este desplante obsceno para los que la han puesto en su trono. Qué pensará cualquier hostelero ―de los que, primero, tuvieron que hacer obras para habilitar zona de fumadores y luego deshabilitarlas― cuando la oye en sus vapores pro-tabaco dentro del recinto de la flamante Eurovegas. Lo que haga falta, oiga; faltaría más.
Necesitamos el trabajo, sí; maldita frase asquerosa que, en verdad, nunca hemos dejado de decir en este país olvidadizo y despiadado; pero el querer trabajo no está reñido con el decoro, señora mía. Tenga usted en cuenta que en esos casinos hasta la más fácil finge cierto pudor a la hora de hacer lo que haga falta. Así que no se ponga usted tan a tiro y aprenda a jugar al póker, que falta le hace.
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