Es
como si alguien creyera que dos actores, tras darse calor en el lomo y tras el corten del jefe, siguieran odiándose a
muerte; o que los de Pimpinela se siguen escupiendo cuando termina la Comunión
o el bautizo de turno; o que los de Sálvame
no se toman juntos la cervecita después de haberse nombrado a las sendas
madres.
Parece
bastante ilógico pensar que aún exista algún alma inocente que sea capaz de
digerir ese tipo de teatrillo, ¿verdad? Pues los hay. Y muchos. Y podemos
englobarlos a todos bajo la denominación de afiliados
a partidos políticos.